AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 91 - MARZO 2018

Yo Vi la Transparente Cigüeña del Alcohol

Ramón Asquerino

(Jesús Zomeño en el Café Comercial. Madrid nevando: 5 de febrero de 2018)

«Subí a tocar las campanas pero las frutas tenían gusanos
y las cerillas apagadas
se comían los trigos de la primavera.
Yo vi la transparente cigüeña de alcohol
mondar las negras cabezas
de los soldados agonizantes»
Iglesia abandonada (Balada de la gran guerra):
Federico García Lorca: Poeta en Nueva York

Con Guerra y pan (2017) cierra el poeta la tetralogía de relatos inacabada de la I Guerra Mundial. Así de paradójico, así de contradictorio, aparentemente: un poeta escribiendo una prosa a flor de piel lírica a manojos, y cuatro libros que, seguro, tendrán su continuación, porque, desgraciadamente, la guerra es una pesadilla que devora el pan con un hambre eterna de silencios, de agusanadas frutas, de muertes. Y así nos lo irían desentrañando los participantes de la mesa.

De este pan y de esta guerra (1916), cuyo subtítulo mira al centenario de su publicación, 2016,y Guerra y pan se presentaban un lunes de tarde anocheciendo nieve en el literario Café Comercial de Madrid. Quizá estas líneas de Botones, del relato 9 con el que acaba Guerra y pan, caractericen el simbolismo en cuya cornice se enmarcan estas cuatro obras: «Kurt Vogel no tenía perro, tenía solo un botón cosido al uniforme que no servía para abrochar ningún ojal, pero que cerraba todos sus sueños en torno a Helga, a la que tampoco había conocido», pág.76.Otro potente oxímoron, a cal y silencio a cualquier ilusión.

La tetralogía me parece que ha oído la larga y amarga presencia de la pintura expresionista de Grünewald (1475-1528) a quien descubrieron, precisamente, los expresionistas alemanes, aquellos contemporáneos de los soldados ahogados, con sus protectoras máscaras de gas, aunque no podían evitar el retorcimiento angustioso, el descompuesto cuerpo hasta los manieristas escorzos, el dolor cárdeno, la cara exangüe con los labios morados de pedir recuerdos para huir de la muerte enferma. Cardos, espinas de alambradas como una epidemia europea bajo ese simbólico silencio del fondo del Gólgota del Retablo de Isenheim de Grünewald, que no resulta más que lo que Jesús Zomeño llamaba, muy acertadamente: «el silencio de los soldados». Una cruenta Balada de  la gran guerra. Otra Danza macabra de aquel siglo XX.
Abrió la presentación Manuel Turégano, editor de Contrabando, editorial que cumple su V aniversario mucho más literario que comercial —otra bendita paradoja en estos tiempos—, quien señalaba que en la contracubierta de sus libros aparecen tres soldados disparando simbólicamente contra la banalidad del comprador de Amazon, de las grandes y anónimas superficies, incluso, añadiría yo, contra la indiferencia por la lectura. Una editorial que ya había apostado por este narrador en De este pan y de esta guerra, Premio de la Crítica Valenciana en 2017. Gran ejercicio de estilo y ejemplo el de Manuel Turégano que nos llama y nos llena con su paciente trabajo contra tanta editorial comercial y poderosa, impura mercadotecnia.

El segundo en intervenir fue Rafael Soler, quien destacó el talento narrativo de Jesús metido en este paraje de la Gran Guerra, la que iba a durar tres meses y llegó hasta los cincuenta y dos de barbarie, durante los que murieron unos treinta millones de personas. Señaló la faceta creciente de luna de poeta de Jesús y esa afición al coleccionismo de objetos de la I Guerra, como los botones (citó como ejemplo). Son estos otra constante: Un bosque de botones en Letonia, de Juan Lozano Felices, hace de prólogo en De este pan…, así como el antes simbólico botón comentado. Aunque no haya aliento épico en sus páginas, sí hay personajes de una novela, decía Rafael Soler, y yo pienso lo mismo: seres retorciéndose, como las torturadas manos del Crucificado, tal vez por no poder pervivir en  una novela. Muy adecuadamente sacó a relucir Soler Adiós a las armas y Los cuatro jinetes del Apocalipsis como jalones narrativos de aquella masacre que fue el preludio de la II Guerra Mundial, y leyó un delicado fragmento de Viena si anochece, integrado en De este pan…, donde los protagonistas se habían citado en el Café Central, como un guiño al Café Comercial de aquí y ahora. Arranca así esta narración: «Permite que te explique los motivos por los que he dejado de quererte: El primer motivo es el odio», p.89. Ese es el inicial de los cuatro, un odio que trasminará por muchos relatos. Terminó Rafael Soler dejando constancia de la huella en estos 18 chispazos, de las 11 ilustraciones de Fernando Fuentes, Miracoloso; 9 relatos y 7 ilustraciones, tiene Guerra y pan. Y apuntaba Soler si estas anunciaban aquellos o son los textos los que se abren a  las ilustraciones. Creo que, en este caso, se abrochan entre ellos: con su propio botón en la coherencia de su correspondiente ojal narrativo.

La noche se despegaba de los cristales y se reflejaba en los espejos, donde se leía TIXE —valle-inclanesco juego, no lejano al arte de Zomeño por el gusto de la deformación matemática del horror—, cuando ya las lámparas de techos altos resumían la luz de los tés, la cerveza o el agua. Mientras la oscuridad seguía nevando, Jesús leyó, poderoso, un espléndido fragmento de Camisa blanca, perteneciente a De este pan..., cuyo pórtico es el cuento Naranjas, al modo proustiano, nos advirtió el autor. Y eso provocó una onda expansiva lírica que cubrió hasta las sombras, los veladores, espejos y lámparas: se olían las naranjas desprendiendo recuerdos. Continuó el autor definiendo sus libros: «El espacio de la Guerra es simbólico, puesto que representa el abismo del ser humano, y el hilo conductor de mis relatos es el silencio de los soldados», como lo constató el cine y el periodismo del momento: «el absoluto silencio de las trincheras», escribía Insúa y nos lo recordó Jesús. Reconoce el autor las influencias del cómic o el eco de Tarantino. Prosiguió descubriéndonos Una ciudad en la India, cuya fantasía —explica Jesús Zomeño— permite al personaje transformar el horror, como un espejo cóncavo, en belleza. Símbolo de la depresión es La escalera, un tormento, pienso, entre kafkiano y de un Sísifo “macerado en angustias modernas”. Una noche en el Cementerio Monumental, ya de Guerra y pan, sucede justo la noche antes de ir al frente el protagonista, después de la reciente muerte de su hermano. Representa esa soledad anticipadora en las entrañas del silencio, pues el personaje se prepara consigo mismo para vivir la muerte que lo persigue: El hombre acecha hernandiano. Por último, mencionó de pasada Cerillas mojadas (2012) obra de gran calidad, a mi parecer, a pesar de no haber obtenido mucho éxito, según el propio autor. Lo componen 25 relatos acéfalos, pero numerados, con un pórtico bajo el título de Supervivientes y un Epílogo que da nombre a la obra y que, a la vez, es antesala de agradecimientos y de la génesis del libro. Las ilustraciones corren a cargo de Enrique Mora. Pero no recordó su espléndido Piedras negras, 2014, este sin ilustraciones, dividido en dos grandes secciones de 19 y 14 relatos, la segunda entre muy distintas geografías europeas, como viajes en taciturnas baladas entre violentos escorzos.

La tetralogía, a mi modo de leer, conecta con los versos de la entradilla de esta reseña. Por un lado, «las cerillas apagadas», final del fuego de la vida, esterilidad, y «negras cabezas» como símbolo claro del sacrificio cruento. Por otro, el pan de «los trigos de la primavera», y la guerra por el «Yo vi la transparente cigüeña de alcohol», que representaría en Lorca el invisible anuncio de la muerte, el que sufren «los soldados agonizantes». Y ambos autores nos llegan, nos llagan a nosotros, lectores, que vimos allí, desentrañando, bajo esa gran noche del 5 de febrero, gracias a la Literatura, la transparente cigüeña de alcohol haciendo añicos la oscuridad y el silencio de la nieve.

 


 

 

Ilustraciones de Cuaderno de viaje, de Enrique Flores

Clickar para verlas a mayor resolución

Zomeño

Zomeño

 

 

 

 
@ Agitadoras.com 2018